Parroquia Nuestra Señora del Camino

2ª domingo de Pascua ciclo c

 

2º PASCUA C

Cuando escuchamos el evangelio de hoy sentimos como la Resurrección transforma la vida de las personas que creen: transforma en alegría el miedo, en confianza la desconfianza.. Pienso que tus discípulos estarían llenos de miedo, desorientados. Te habían visto en el Calvario y veían enemigos por todas partes. En esta primera aparición que haces a tus discípulos les llenas de alegría y les traes: “La paz sea con vosotros”. Cuantas veces en mi vida tengo dudas pero tu me dices: “Paz a ti paz a vosotros” Por qué no estaría Tomás, seguramente para darnos una gran lección: la de la unidad, la de la comunidad. Todos le habían visto, oído, palpado pero Tomás estaba fuera del corazón de la unidad. Cuantas veces nos pasa que nos sentimos fuera, en nuestro mundo, en nuestros pensamientos, en nuestras creencias y no te vemos, ni vemos tus clavos, ni vemos tus costado. ¡Qué bueno eres! Tú no puedes verme así y apareces en mi vida y me dices: “Mira mete tu mano, mira mis manos, trae tu mano, métela en mi costado y no seas incrédula sino fiel” ¡Qué escena tan bella, tan hermosa, tan transformante! Es una llamada a la fe, a que yo tenga fe, a que no piense que Tú estás muerto, que Tú no eres nadie; oigo que los demás dicen que vives, pero no creo… Ayuda mi falta de fe, impulsa mis sentimientos para que pueda palpar, ver, creer. Y gracias, Jesús, por quitarme estas dudas. Te tendré que decir, como Tomás —este acto de fe y de oración, de entrega sin límites—: “¡Señor mío y Dios mío!”. Ante tantas evidencias, ante tanto: “¡Señor mío y Dios mío!”. Necesito palpar, ver, sentir… Y Tú me dices esa queja: “¿Porque me has visto has creído? Felices, bienaventurados los que sin haber visto, creen”. ¡Qué llamada a la fe hoy! ¡Qué llamada al amor! ¡Qué llamada al agradecimiento! ¡Qué llamada al testimonio! ¡Qué llamada a comunicarte, a confesarte, a llenarme de alegría! ¡Qué llamada tan grande! Hoy tengo que preguntarme tantas veces ese “Señor mío y Dios mío”… ¡Y verte! ¡Sentirte! ¿Dónde? En tantos sitios… Tiene que ser como una expresión mía, interna: Ante tus acontecimientos… ¡Señor mío y Dios mío! Ante la Eucaristía… ¡Señor mío y Dios mío! Ante el Sagrario… ¡Señor mío y Dios mío! Ante la Santa Misa y la Consagración… ¡Señor mío y Dios mío! Como tú, Madre mía, te lo pido de todo corazón. Tú que oíste esa exclamación de tu prima: “y porque has creído te llamarán bienaventurada”. Tú, que eres la Reina de la fe, ayúdame a creer… ¡ayúdame a creer! Sé tú mi guía, sé tú mi fuerza y no me dejes. Cuando tambalee, cuando no te sienta, ¡aumenta mi fe! Te tendré que decir: “¡Dios mío y Señor mío!”. Y oiré: “La paz contigo, la paz con todos vosotros”. Y que pueda decir dónde vaya: “La paz esté con vosotros”, porque llevo a Dios, creo en Él, vivo de Él, en Él existo y en Él siento toda mi fuerza.